Hace algún tiempo decidí desconectarme.
Que si el watsapp, que si el face, que si tal que si pascual...me perdía de imágenes impresionantes. Pero no sólo eso, mi paseo romántico se reducía a contar a mis redes sociales lo que hacía: estoy en un super lugar! o he batido el record de la partida de la granja nosequé. Claro, mi audiencia me aclamaba, mis "amigos" estaban al otro lado para darme algún "me gusta", algún comentario, interconectados conmigo y yo con ellos. El mundo en mis manos. Sin mencionar, los mensajes filosóficos. Mi hermano, sabio él, me dijo un día:
Lo que me llevó a ver la luz fue un viaje a un pueblo llamativo como el que más, Jipijapa, en Manabí - Ecuador. No, eso no era la selva ni nada parecido....bueno, más o menos, pero de otro modo, en fin. En Jipijapa, sí hay teléfonos inteligentes, y zonas turísticas impresionantes, y platos exquisitos, precioso!. Pero también hay gente que no tiene que comer, casas de caña, pobreza en su estado puro. No la mendicidad del cuarto mundo, sino pobreza.
Pues fue en Jipijapa cuando experimenté mi mayor desconexión. Nadie, literalmente, nadie de mis conectados "amigos" me visitó, ni supo mis peripecias con mis muletas. Nadie que no estuviera ya conectado antes o después conmigo. Y no porque no tuviera Internet, de hecho yo era de las privilegiadas que disfrutaba de conexión banda ancha, la mejor de la ciudad. La desconexión era de otro tipo. Estaba conectada, pero no tenía un smartphone en mi mano. Era libre, aunque no oficialmente, yo no me había dado cuenta aún.
Tiempo después de la experiencia jipijapense, volví a la gran ciudad, al consumo y a la conexión. Fue entonces cuando me di cuenta del valor de las conexiones verdaderas. De los verdaderos amigos, de las verdaderas imágenes.
Al volver fue cuando reconocí y aborrecí las falsas conexiones, los falsos comentarios y los falsos "me gusta". Las redes profesionales que merecen la pena conocer y navegar están ahí, los amigos de verdad te mandan un mensaje y te cuentan o te preguntan las últimas novedades, la familia siempre está ahí para largas charlas de infancia que nunca termina.
Digamos que estoy conectada de forma smart, camino y miro las nubes, los lugares, la gente, y gente que me mira. Me siento más activamente conectada con mi comunidad y más tecnológicamente conectada con todo. Y cuando comparto algo, tengo mi mesa y mi pc, que siempre me esperan.
Gracias a todo lo verdadero que siempre me acompaña.
Moraleja....APAGA EL TELEFONO!
Soy Mónica y no tengo teléfono inteligente (smartphone)Cuando salía de paseo con mi chico, mientras atravesábamos zonas verdes o calles bloqueadas con imágenes curiosas como el fenómeno de los barrios abandonados o las tiendas más llamativas de la ciudad o el centro comercial más grande que yo haya visto jamás. Yo iba pegada a mi smartphone. Y no tenía nada que ver con que el hecho de que soy informática. No. Yo iba conectada.
Que si el watsapp, que si el face, que si tal que si pascual...me perdía de imágenes impresionantes. Pero no sólo eso, mi paseo romántico se reducía a contar a mis redes sociales lo que hacía: estoy en un super lugar! o he batido el record de la partida de la granja nosequé. Claro, mi audiencia me aclamaba, mis "amigos" estaban al otro lado para darme algún "me gusta", algún comentario, interconectados conmigo y yo con ellos. El mundo en mis manos. Sin mencionar, los mensajes filosóficos. Mi hermano, sabio él, me dijo un día:
La filosofía debería estudiarse de los estados y comentarios del caralibro (face)Me hizo gracia el comentario, por el tono sarcástico que usa mi hermano cuando algo es obviamente surrealista. Pero tenía razón. No tengo estadísticas científicas, pero me consta que al menos el 15% de mis contactos del face no ha leido un libro en el último año, sí, todos saben leer. Y alguno, en su vida! Pero ahí están, los cambios de estado, que muchos ya ni se molestan en copiar de algún escritor, directamente lo copian de otro amigo. Claro, que para eso están los amigos conectados. Y no voy a entrar en la ortografía.
Lo que me llevó a ver la luz fue un viaje a un pueblo llamativo como el que más, Jipijapa, en Manabí - Ecuador. No, eso no era la selva ni nada parecido....bueno, más o menos, pero de otro modo, en fin. En Jipijapa, sí hay teléfonos inteligentes, y zonas turísticas impresionantes, y platos exquisitos, precioso!. Pero también hay gente que no tiene que comer, casas de caña, pobreza en su estado puro. No la mendicidad del cuarto mundo, sino pobreza.
Pues fue en Jipijapa cuando experimenté mi mayor desconexión. Nadie, literalmente, nadie de mis conectados "amigos" me visitó, ni supo mis peripecias con mis muletas. Nadie que no estuviera ya conectado antes o después conmigo. Y no porque no tuviera Internet, de hecho yo era de las privilegiadas que disfrutaba de conexión banda ancha, la mejor de la ciudad. La desconexión era de otro tipo. Estaba conectada, pero no tenía un smartphone en mi mano. Era libre, aunque no oficialmente, yo no me había dado cuenta aún.
Tiempo después de la experiencia jipijapense, volví a la gran ciudad, al consumo y a la conexión. Fue entonces cuando me di cuenta del valor de las conexiones verdaderas. De los verdaderos amigos, de las verdaderas imágenes.
Al volver fue cuando reconocí y aborrecí las falsas conexiones, los falsos comentarios y los falsos "me gusta". Las redes profesionales que merecen la pena conocer y navegar están ahí, los amigos de verdad te mandan un mensaje y te cuentan o te preguntan las últimas novedades, la familia siempre está ahí para largas charlas de infancia que nunca termina.
Digamos que estoy conectada de forma smart, camino y miro las nubes, los lugares, la gente, y gente que me mira. Me siento más activamente conectada con mi comunidad y más tecnológicamente conectada con todo. Y cuando comparto algo, tengo mi mesa y mi pc, que siempre me esperan.
Gracias a todo lo verdadero que siempre me acompaña.
Moraleja....APAGA EL TELEFONO!
Comments